Hay días en
la vida, en la mía, que sin saber las razones me llaman la atención unas
noticias sobre otras, me fijo en detalles que en otros momentos pasarían
desapercibidos. Y no es por ejemplo que tenga hambre y el rugir de mis
estómagos (así me los creo por su fuerza y sonoridad, no porque sea un rumiante
cualquiera) me conduzcan a las imágenes de comidas, de asados brillantes con
sus pataticas o hacia dulces de chocolates de colores. Es distinto. Podría ser el
azar, la casualidad, mera elección de un camino y no otro. No lo sé.
El caso es
que sin saber de dónde vengo, ni a dónde iba, hoy me fijo en una foto del Papa,
esa figura tan determinante para los católicos del mundo, nada para mí salvo
ser consciente de lo que para los anteriores significa.
En ella se ve
a Francisco, el Sumo Pontífice, andar tranquilamente, como cualquier joven, con
las manos dentro de los bolsillos de un plumas,
más blanco y brillante que su solideo. Con un crucifijo grande colgando y unas
zapatillas deportivas blancas también, creo que de marca nike.
Lo primero
que pienso es “¡no puede ser!". Seguido me digo “¿y por qué no?. Míralo qué
moderno, cómo trata de atraer a la Iglesia a los jóvenes". Al segundo, dudo, me
froto los ojos, parece un spot publicitario de algún rapero… pero está tan
logrado.
Al leer la
noticia, que es de hace unos meses ya pero cuando se viralizó no me debió llamar la atención
porque me la perdí, salgo de dudas. La maldita I.A., eso que llaman Inteligencia
Artificial, que aún no sé con exactitud en qué consiste, puesto que salvo alguna
pincelada nadie me lo sabe explicar bien, está detrás de semejante creación.
Concretamente la inteligencia artificial de Midjourney, aplicación especializada en la generación de imágenes realistas a solicitud de los usuarios. Todo falso y retocado.
Qué tiempos
más extraños se nos están quedando. Ya no podemos estar seguros de nada, se
crean realidades paralelas, falsas, como algunas canciones que sacan ahora que también me he enterado de que se pueden componer, de autores fallecidos o no, sin consentimiento alguno a partir de pequeños fragmentos de sus voces.
¡Qué
sinvivir!
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