martes, 21 de noviembre de 2023

Palabreando

 


Nos diferenciamos de los animales en nuestra capacidad de comunicarnos por medio de palabras que adquieren vida bien al ser pronunciadas, bien al escribirlas. Claro me queda la duda de si las palabras pronunciadas que nadie escucha y las escritas que nadie lee, se pueden considerar como tales. Quizá sean entonces palabras inertes, sin función alguna.

De la manera que sea las hay de muchos tipos. 

Palabras sin sentido como inflación, machismo, monarquía. Palabras profundas: abismo, pozo. Vistosas: cromático, arco iris. Alegres: fiesta, chiste, carcajadas. Tristes: depresión, enfermedad, cárcel, huérfano. Golosas: pastel, chocolate, natillas. Tajantes: fin, muerte. Palabras de compromisos rotos: divorcio, traición. Pixeladas como estas mías que no son capaces de cumplir el reto marcado al inicio de una entrada diaria. 

Preferidas. Una de las mías es “umbral”. Más allá de las definiciones que aparecen en el diccionario, parte inferior o escalón contrapuesto al dintel, en la puerta o entrada a una casa, me suena a zona de cambio, zona de paso de una realidad a otra, unión de un mundo a otro. Y en ese lugar intento quedarme cuando duermo, cuando tengo un sueño y no una pesadilla. Trato de agarrarme a ese momento en el que no estoy despierto aún pero tampoco duermo profundamente, y así me quedo flotando en esa unión, en ese umbral entre ficción y realidad.

Otras palabras preferidas son alféizar, ojiplático, carambola, carámbano.

¿Tenéis alguna palabra preferida? ¿Alguna que os guste, que por la razón que sea os transporte a estadios de ensueño y/o admiración? Lo podéis compartir en comentarios.


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miércoles, 1 de noviembre de 2023

¿Por qué todo?

 


Hoy necesito vomitar. Vomitar palabras de mierda. Expulsarlas de mi boca. Liberarlas para evitar que me estallen dentro de mi cuerpo. Que salgan tal como me vienen. Sin orden. O con caos de por medio. Como sea. Que salgan.

Dolor. Muerte. Sufrimiento. Bombas. Tanques. Explosiones. Ruinas. Barbarie. Oscuridad. Más bombas. Más explosiones. Más barbarie. Más Muerte. Locura. Venganza. Sionismo. Colonialismo. Religión. Dios. Cabrones. Cómplices. Impotencia. Rabia. Pena. Abatimiento. Impotencia. Sin sentido.

Genocidio. Genocidio. Genocidio.

En pleno siglo XXI y con unas décadas por los caminos de esta vida, que alguien me diga cómo explicar a mis hijos las miserias que nos rodean. Cómo hacerles entender que la vida no es para sufrir. Que siempre hay una luz de esperanza al final del túnel. Que siempre sale el sol a la mañana siguiente. O a la siguiente.

Cómo explicarles por qué se llega al horror.  Ponerles excusas que fundamenten lo inexplicable. Que no hay límites ni reglas cuando el demonio hace de las suyas.

Bombas.

Destrucción.

Muerte.

En mi cabeza rebotan una y otra vez imágenes que no deberían estar presentes ni en las peores pesadillas. Esos niños, como mis hijos. Esas mujeres, como la mía, como mi madre y mi abuela. Esos hombres, jóvenes, adultos, ancianos. Todos magullados. Con los rostros desencajados, la mirada perdida. Lanzando gritos al vacío. 

Cómo explicarles que a pesar de todo, mientras esas realidades suceden a distancia, yo consigo disfrutar con las cosas sencillas, saboreando una comida, haciendo el deporte que me gusta, relajándome en la naturaleza. Explicarles que esta maldita vida sigue aún con el alma rota y sucia por esta contradicción. Que la Tierra sigue girando aunque mucha gente permanezca inmóvil, impasible ante tanta destrucción, incapaz de mostrar un mínimo de empatía.

¿Por qué todo?

 

 


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