Estos días sopla un viento intenso en el valle del Ebro, nada extraño en esta zona, aunque algo más si pensamos que las temperaturas han bajado prácticamente de un día para otro de más de 40 grados de máximas y mínimas de unos 30, a máximas que no llegan a 30 y mínimas de 17. Hemos pasado de dormir con las ventanas cerradas para que no entrara el calor y el aire acondicionado puesto por la noche, a cerrar las mismas ventanas por la noche para que no entre la corriente. Muy loco todo, en tan poco tiempo.
Y con estos días, no hay quien se peine. Para qué. O llevas el pelo muy corto o es salir a la calle y alborotarse el cuello cabelludo. Un sinvivir. Vuelven a verse hombres que van con un brazo en alto sujetándose sus pelucas, caras largas en los caminantes que inclinan sus cuerpos para combatir la fuerza del cierzo y conversaciones perdidas que viajan sin rumbo empujadas por el aire hacia ningún lugar, casi como estos párrafos que intento plasmar en este folio en blanco y reconducir hacia algún destino coherente.
Los días tan ventosos me provocan desazón. Al tercer día me retumba la cabeza y me ponen de mal genio.
Pero todo lo anterior no es nada si comparamos con lo que debió sentir el pobre animal de la fotografía, un afgano que Julia Christie, fotógrafa alemana, realizó para convertirse en una de las preseleccionadas a mejor fotografía del año según Sony World Photography Awards 2023 (que suena importante).
Su gesto, con los pelos de la cabeza revueltos y estirados, denota una aceptación de la realidad, conformista y llena de triste melancolía, cercana al abatimiento y al lagrimeo decadente por la situación. Se intuye a la legua, que en su mente circula una única pregunta: -“¿Qué he hecho yo para merecer esto?”-
Y frente a él, imaginamos a su dueño o dueña, orgulloso u orgullosa, sin la más mínima empatía hacia el perrete, seguro que pensando, que por una vez de quién no se ríen es de él o ella. Que todo puede ser.
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