Ya desde cuando era bebé este
hombre tenía la afición de subir y subir. Y es que no paraba de subirse a todos
los sitios. Se subía por los barrotes de la cuna agarrándose con sus dos
manitas y apoyando sus piececitos para darse más impulso. Menos mal que todavía
no tenía fuerza suficiente, aunque en más de una ocasión fue salvado por sus
padres en el límite de caer al otro lado.
Cuando aprendió a andar ya llevaba
tiempo acercándose a gatas hasta el sofá del salón al que se subía, con cierta
dificultad, pero lo lograba a base de insistencia para asombro del resto de la
familia, a la que regalaba una sonrisa desde arriba.
En el cole pronto comenzó a
subirse al pupitre. La atracción era superior a él, no podía evitarlo y en
cuanto se quedaban solos por ausencia del profesor de turno, y mientras los
demás niños tiraban bolas de papel o se ponían a hablar o a jugar, él se
levantaba y de un salto se subía al pupitre. Tras unos cuantos castigos
aprendió a reaccionar más rápido y sentarse como si nada cuando llegaba el profesor.
Durante su juventud esta obsesión
lejos de aminorar, se incrementó todavía más. Se subía al autobús por la puerta
de atrás, sin pagar, para bajar en la siguiente parada antes de que le pillara
el revisor pero con la idea de volver a subirse en el siguiente autobús, de
nuevo por la puerta de atrás, sin pagar y para bajar en la siguiente parada. Y
así se pasaba las tardes. Subir, bajar, para volver a subir que era lo que
apaciguaba su ansiedad.
Un día en esas subidas de placer y
bajadas de obligación, conoció a su primer amor. Se complementaban a la
perfección, al menos al principio. A él le gustaba subir, a ella le gustaba
bajar. Y así fue como en las escaleras mecánicas de un centro comercial, surgió
el flechazo, justo en el momento en el que se cruzaron. Ni qué decir tiene que
él subía y ella bajaba. Fue una relación intensa. Llena de subidas y bajadas. Y
como el equilibrio era imposible entre ellos, terminaron por seguir cada uno su
camino.
De adulto este hombre siguió con
su inquietud. Y eso que parecía haber subido todo lo que había por subir en la
vida. Subió de reponedor a encargado, de encargado a subdirector, a director de
tienda, a director de zona y en poco tiempo se convirtió en el hombre que
dirigía los hilos de la mayor multinacional del planeta. Desde su despacho en la última planta del
rascacielos más alto, recordaba cuando le decían “estudia que es para ti, que
llegarás lejos”. Y parecía haberlo logrado, pero este hombre no podía parar de
pensar en maneras de subir. Y como tenía mucho dinero, se compró un globo al
que dicen que se subió y ascendió empujado por las corrientes de aire hasta lo
alto del cielo. Y subió y subió y subió…